viernes, 17 de abril de 2009

LOS CHINTOS


El porqué mi apellido es Samayoa y no Valencia. Aquí dejo un trozo de la expresión de mi familia, escrito por mi abuelo paterno Inocente Samayoa Andrade, transcrito literalmente por Andrea B. Samayoa R.

"BREVE HISTORIA DEL APELLIDO SAMAYOA"

PARTE I

"" Mi bisabuelo paterno Jacinto Samayoa, fue un hombre recio, bravo y valiente; profesor de esgrima y agricultor por tradición. Originario de Canalitos de donde siempre fue vecino, no tuvo muchas propiedades, pero sí el enorme sitio donde vivía en el pueblo y algunos terrenos en las montañas, al oriente, en donde cada año sembraba milpa, cuya cosecha alcanzaba para alimentar todo el año a la familia y al ganado y todavía vendía un poco.

Siempre trabajaba y jefeaba a sus hijos Silverio, Esteban, Serapio y Joaquín, todos eran casados pero vivían vecinos y trabajaban unidos, los contaban entre los más pistuditos del pueblo, LOS CHINTOS.

Enseñó a sus hijos a labrar la tierra, a aserrar madera, a ser todos cumplidores, responsables y cabales. Y era el maestro de esgrima de sus hijos.

Para la enseñanza y práctica de esgrima tenía el sitio muy bien limpio y arreglado para el efecto, cada uno tenía su machete, con filo suficiente para razurar al más peludo, su buen puñal y en la cartera, llevaban siempre la magnífica, estampitas, un pequeño rosario y dinero para cualquier emergencia. Los cinchos que usaban eran como cinturones de cuero de dos capas, arreglados para guardar monedas en fila india entre capa y capa, a manera de reserva monetaria para algún caso de emergencia, por ejemplo caer presos, si les recogían todo y como en aquel tiempo, no se acostumbraba quitar el cincho a los reos, siempre tenían dinero para mandar al centinela o custodio a comprar alimentos o licor. Y a veces servía ese dinero para comprar al custodio y poner pies en polvorosa huyendo en zigzag para evitar ser tocados por alguna bala de escopeta, fusil o revolver disparada por algún custodio descuidado o traicionero.

Pero el que le hacía una traición o una mala jugada cualquiera de los Chintos debía encomendar su alma a Dios porque no pasaba mucho tiempo para verlo ir horizontal, seguido de los dolientes a descansar al camposanto. Del grado de la mala acción hecha a los Chintos, dependía como quedara el cadáver, algunos quedaban con una sola puñalada en el pecho, otros con un machetazo en el cuello y algunos hechos picadillo. Las autoridades del pueblo les temían a los Chintos, porque ellos jamás buscaban pelitos pero no se quedaban con nada.

Si había que cobrárselas a alguien se celebraba el consejo de los Chintos y si el fallo era liquidar, éste se cumplía en cualquier calle o camino, por el primer Chinto que se topara con el ofensor.

Nunca ocurrió esto en cantinas ni con armas de fuego, fueron hombres que se batían con solo el machete o el puñal hasta vencer y cada riña era duelo a muerte.

Las riñas comenzaban así:

-Chinto: Aquí venís Fulano?

-Fulano: Aquí vengo!

-Chinto: Encomendá tu alma a Dios porque hoy te morís. Se te ofrece algún mandado para tu familia?

-Fulano: Sí, que vayan a tu entierro y a tus nueve días, si es que todavía podés dar el mandato.

Cuando esto se decía cada quién tenía ya empuñado su machete y desmontado de su caballo, Fulano quedaba muerto, la suerte o la razón de la riña le habían sido adversas, Chinto se escondía unos días y volvía a su vida normal.

En aquel tiempo atacar a traición era la más grave ofensa que se hacía a Dios y a la sociedad y quien lo hacía era apedreado por el pueblo y odiado hasta de sus propios padres e hijos.

Corrió el tiempo, la fama de los Chintos, como hombres de verdad se expandió y puso en que pensar a los hombres de Palencia, pero ninguno de éstos se atrevió nunca a concertar un duelo con ninguno de los Chintos, ni hubo nunca razón para ello. ""


...próximamente PARTE II


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